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domingo, 22 de mayo de 2011

Llueve y extraño las simples cosas que alguna vez habité y aquellas otras simples cosas que me habitaron

El El secreto encanto de los bares de Palermo, con citas con Cupido y sus historias por develar

Soy Palermitana, de Palermo Viejo, sensible y peludo nomás como antes fuí de Belgrano

y sus caserones de tejas. Y a pesar de que renuncié como Quijote, conquistadora de

Molinos de vientos rebeldes y fracasé como Dulcinea a la espera de un sueño que no

llegó, y todavía sueñe con conocer los cafecitos de Paris, mientras tanto me deleito

con las callecitas de Palermo y sus bares y sus nombres y sus ferias. Después de charlar

con mi amiga, a la que como a mí, no le gustan las despedidas y festejar como locas

el reencuentro, me dejó sola conmigo, haciéndome buena companía. Así que contenta

con el reencuentro me fuí a festejarlo caminando. Mirando los adoquines, la feria, el

arte callejero, deleitándome con el nombre de fantasía que los dueños de sueños en locales

usaron para bautizar sus sueños comerciales. Mirando los diseños de los bares. Recordando

aquellos que albergaron mis escritos de medias tardes con medias lunas. Los cafeces

de reencuentros y los prometidos: “a este tengo que venir”. Tengo mi corazoncito asociado

a uno, pero que solo voy con alguien que es como yo. Tengo otro al que destino para

convocar a las musas. Otro que cerró y se llevó algún borrador mío, con aroma a tristeza.

Porque nunca más me sentaría a su mesa pero contenta que alguna vez lo hice. Entoncers

sé que a la vuelta de la esquina, de Palermo eterno, me espera encontrarme o descubrir

historias por ende siempre camino contenta, entre sus bares, por sus adoquines y tal vez

desde allí me vaya siguiendo a la luna en su eterna cita con la Luna, allá por la avenida

Callao

Cosas de mujeres y cosas mías...

Mi pelo está fatal, llovido, sin volumen y no tiene gracia. Al que me pongo número quichimil de todos los días frente al placard, brazos en jarra, no encuentro con qué combinar mi delgadez con mis rollitos acentuados, que hacen panza, de alergia al gimnasio y demasiado encanto por las gaseosas colas y con azúcar. Sufro y peco de desamor. Y distintos amores me desvelan en esta madrugada. Pero…y si no fuera por los peros…qué sería de nuestras vidas; o por lo menos de la mía, una parte de mi se reencontró con su familia y con el placer de disfrutarlos. Y en esos sueños despiertos que me suelen acometer, soñé y vivía la cuestión como una tarea del hogar, linda, asumida y querida que en el vaivén de los acontecimientos se diluye. Creo que llegue a ese punto de partida y de llegada, después que una amiga, cantante ella, en una reunión de amigos: cantó la canción de las simples cosas. No la escuchaba desde hace tiempo. Porque me trae nostalgia y le andaba disparando a esa dama que a veces me alcanza. A veces con el apuro de no perderme el presente, suelo hacer estas cosas. Y además la primera vez que la escuché me emocioné con mis padres que todavía vivían. Uno de sus estribillos dice: que uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas y siempre me pregunté y le pregunté a mi amiga, como hacer para no perdérmelas y pecar de insensible, cosa que detesto y me contestó primero haciéndolas conscientes y después agradeciéndolas. Entonces no me quise perder, en esta efímera semana de la sonrisa de mi hijo que volviendo de la escuela me encontraba en su casa, en nuestra casa. Y gritando como un loco decía mamá está, mamá está, como queriéndose convencer, porque desde que nació sabe que yo trabajo. Y que no le importara ni la leche, ni las galletitas ni nada. Y que no le importara lo que mis horrores como madre, alguna vez le hicieron, sin querer pero le hicieron nana, ni los errores que aún cometo en mi intento por aprender a ser humana. Solo le importaba llegar, revolear el guardapolvo y abrazarme. Tampoco quise perderme los tiernos reclamos a la sazón de: ma, deja esa compu. O compu, deja a mamá; que esa mamá es mía. Y yo quiero estar con vos. Y no es: yo quiero que me compres y por un momento no es: yo quiero estar en tu compu, es: quiero estar con vos y entonces me sentí feliz de ir corriendo a prepararle la merienda con lo que le gusta. Y dibujar una medialuna con cara de dulce de leche y jugar a los cinco fantásticos de mi época, tratando de explicarle quienes eran o mejor para no embrollarme, jugar a Batman y batichica por un rato. Gracias a la vida, no me perdí a mi hijo besando la panza de su hermana, a la sobrinita que esta en la cuenta regresiva para nacer. Gracias a la vida, tal vez no tengo, aún todo lo que quiero, y tal vez lo tenga o no, pero sí, estoy aprendiendo a querer lo que tengo. A reconocer lo que a base de yerros y aciertos construí. Poco o mucho pero lo construí yo. A reconocer a la gente que me amo, que amé, que me quiere y quiero. Con nuestros defectos y virtudes y a sentirme feliz cada vez que digo: mi familia. Y a sentirme feliz cada vez que reconozco lo que elijo y lo que quiero y voy por ello y sobre todo lo disfruto, sin miedo y sin vergüenzas. Tal vez de eso se trate no despedirse insensiblemente de las pequeñas cosas, aunque en el medio siga sin saber como amigarme con mi cuerpo, como no tener tanta alergia al gimnasio y nunca saber qué ponerme

miércoles, 27 de abril de 2011

Y mi hija va a tener un bebé…

28/04/2011 02:14:17 a.m.

Sería una adolescente más, a la que le pasan cosas parecidas a otras adolescentes, pero es mi hija. Y hoy escribo en singular, lo que, matices más o menos, le pasa a toda madre de una hija que será adolescente pero, también, mamá por primera vez. Así las cosas, los sentimientos se me alborotan y pugnan por ventilarse porque no caben en mi pecho. Y los 40 y tantos de vida zozobran y la vida agita con fuerza. Muy a su estilo, todo lo femenino. La dulzura, alternada con los “levántate que tenes que ir a la escuela”, con los “come, ahora te va a hacer mejor que nunca que comas, por vos y por el que viene en camino” y las desesperaciones y…y…y… mientras tanto los brazos se entretejen regazo tibio para esperar el fruto del fruto que alberga el vientre de mi hija. Y la imaginación se enciende, soñando despierta: ¿cómo será? Como alguna vez soñé, esperando a esta madre que ahora va a ser, ella. Meses más. Días más o menos. Desde las horas que ya lleva ese corazoncito latiendo y las ilusiones se multiplican. Y no creo que le de alergia a este texto tamaña cantidad de y…porque ahora estoy en tiempo de suma, no de resta. Porque las ilusiones se multiplican pensando a todo vapor: ¿tendrá los ojos de ella? Y ¿mío, tendrá algo? Ojitos parecidos a los que después de parirla me miraron a mí, a nadie más que a mí, y apenas nacida tranquila de encontrarme con su mirada se durmieron buscando la paz de un sueño distinto al de la panza de mamá porque ya estaba fuera de mí. El del sueño acunado por los brazos de su mamá y del regazo de papá y abuelos que la esperaban ansiosos y festejaron su llegada, como si ellos mismos hubieran llegado a la luna. ¿Tendrá esa sonrisa tan única como la de ella y la de su hermano?, marcas de fábrica familiar, las únicas capaces de hacerme tocar el cielo con las manos.
Ahora ya no es mi panza la que alimenta lunas, es la de ella. Su carita arrebolada tiene intacta aquella dulzura, que la adolescencia le hizo trastabillar a fuerzas de los enojos propios de la edad.
Quien viene en camino, del que aún es muy temprano para saber su sexo ¿tendrá la voz con coraje de su mamá, de mi hija. La misma que a mí me hizo temblar de miedo y emoción, cuando me dijo: má tenemos que hablar. Cuando suspiró hondo, con todo el aire del universo. Miró a su amor, me miró a mí y me dijo, de la mano de él: vamos a tener un hijo…
Es mi hija la que está embarazada, la que me deja dándome permiso para hamacarme en su espera; compartiéndola, lado a lado. Esa espera que nos une, como mujeres. Más allá de la unión indestructible, de un lazo que no muere ni siquiera con la muerte: el de madre e hija.
Me dijo un pajarito que dentro del vientre de mi hija, hay unas sutiles pataditas que ya se dejan sentir con la fuerza de la vida que empieza. Así que me voy a posar la mano, tan suave. Tanto así, como posan las alas las mariposas, sobre la panza de mi hija, que en forma de nido alberga. A esperar el fin de las lunas que me hacen abuelar a los 44.

Mónica Beatriz Gervasoni –futura abuela.
Morochaurbana_67@hotmail.com

miércoles, 18 de agosto de 2010

¿YO QUIERO UNA MASCOTA Y UD?



Uno escucha muchas cosas de una amiga, algunas son de antología y en general son más de antología cuando se trata de sus maridos. Esta anécdota, por ejemplo es para el libro guines de record. El de paciencia de esposas.
Resulta que mi matrimonio amigo tiene por costumbre invitar, de vez en cuando, a sus sobrinos a quedarse a dormir, en su casa. Sucede, que los sobrinos tenían un hámster que traían consigo. Señor: Pelusa Brillante, para más datos. De costumbres nocturnas. Se comprobó la primera noche de llegados, nomás. A partir de que apagaron las luces de la casa, y hasta las cuatro de la matina, al bicho se le dio por hacer aeróbica, para mantenerse en estado y forma. Para proceder, una vez satisfecho con la rutina de sus bíceps, a entregarse a los brazos de Morfeo. Mientras el resto de la familia, trataba de sacar de sus oídos el persistente ruido a cilindro; el gimnasio del bichito, con que se durmieron la madrugada anterior.
Con ojeras dignas de un vampiro y retada por la maestra, que jamás entendió que por culpa de un hámster, mejor dicho de dos, hayan llegado tarde sus alumnos a clase. Es decir los sobrinos de mi amiga. Mi friends, me contó con textuales palabras, su última odisea con su esposo. Para cuando arribaron a Palermo, el trío inseparable, sobrina, sobrino y hámster, el marido de mi amiga, también mi amigo, miró la jaula que portaba, monono, ratoncito. Y meditando dedujo, a simple vista, que lo que había en ella, era un hámster varón. Y que si él no se equivocaba, debería estar solo, triste y aburrido sin una hámster a su lado. Y esa debía ser la razón de su manía gimnástica de la madrugada. El pobre bicho, según él, seguramente quería olvidar su soledad de compañera ratona. Su esposa, miró, alternativamente, a su marido y al hámster. Al esposo lo miró para comprobar que lo estaba diciendo en serio y al hámster, para ver, si por casualidad, emitía alguna seña que demostrara que efectivamente estaba solo, pobre y aburrido sin una compañía de su misma calaña pero femenina. Conclusión, el dorima lo decía muy en serio, con lo cual ella esbozó un too much y el hámster le devolvió la mirada, intrigado, para saber a santo de qué estaba siendo tan observado. Olisqueó un poco y como con lo único que se encontró fue con el plástico de su pecera, siguió con lo suyo lo más campante. Y fuese entre el aserrín para proseguir con menesteres hámsteres; nomás. Sin darle demasiada importancia al asunto. Pero el cuchi cuchi, en cuestión, persistió en su solidaridad masculina y para reconfortar al, supuesto, pobre animalejo le compró una animaleja... Antes de que la tía de la familia le advirtiera al tío, que era muy buena la intención, pero que no se le ocurriera comprar otro animal porque cabía la posibilidad de que la casa se llenara de hámstercitos por doquier. El tío se había adelantado a su advertencia y ya venía con bicho en el bolsillo. Los chicos, como era de esperar, saltaron de alegría. Mi vecina dudaba entre el asombro e irse a la yugular de su cónyuge; tan espontáneo y solícito con el esparcimiento “hamstero”. Con todo el amor del mundo, el marido traumado, puso a la hámster con él hámster y ahí se armó la gorda…Cuál no sería su asombro cuando vio que el hámster mostró la hilacha y todas las hilachas del ropero. Porque arremetió con la hámster. Pero no por las intenciones apostadas sino por las de invasión a su jaula. Y como si dijera: aquí mando yo, dejo muy claro que ese era, su territorio, esa era y seguiría siendo su comida. Y sus caños de plástico y su cilindro para divertirse. Conclusión la hámster tuvo que emigrar a una provisoria caja de cartón que su esposa, mujer prevenida, si las hay, le armó, previniendo el desenlace que, efectivamente contra pronósticos masculinos, se desenlazó. Conclusión el humano masculino, horrorizado por la poca caballerosidad animal, solidarizado puso, presto, la mano en la pecera y después de unos cuantos mordiscos hamsteros, logró rescatar a la pobre hámster. Herida, ella, en su orgullo y maltrecha en su cuerpo; apachuchada y más muerta que viva. Dice mi amiga que cuando la miró, por el rabillo del ojo, atisbó una sed de venganza; después lo descartó. No creyó que fuera posible en animales.

Amanecer de un anochecer agitado, versión hasmtera

Pero a la noche tuvo que darle la razón a su instinto… A la hora de las brujas, no solo uno, sino ambos, hámster reanudaron su actividad física nocturna. La misma que antes, se le había atribuido a un presunto estréss por estar en una casa diferente a la de su hábitat común. Fue comprobado a costa del desvelo de la familia entera, que la practica, de dar vueltas y más vueltas, sin marearse, es ni más ni menos una actividad hamstera por excelencia. Le quedó claro a la familia entera pero no unita. Porque por culpa de los bichos, mi amiga, quería convertirse en asesina serial o en una versión femenina del increíble hulk. Fue tal el ruido de las patas, debido a su entusiasmo gimnástico en el cilindro, que parecía que iba a salir disparado todo. El cilindro, el hámster y la hámster. Que no quería quedarse atrás en ningún asunto y había logrado huir de la caja de cartón. Por lo tanto fue a torearlo al hámster que haciéndose el interesante proseguía en lo suyo. Soñolienta la dueña de casa, obedeciendo a su costumbre diaria y nocturna de tomar agua por las noches, aprovechó a calmar los ánimos aeróbicamente alterados de los bichos. O en su defecto mudarlos a otra parte de la casa para tratar de dormir, cuando para su sorpresa la hámster había huido. Conclusión hámster y mujer se miraron y una pegó un grito que sacó de un salto a todos los de la casa, de la cama, y el bicho salió disparado; sin paradero declarado. Conclusión, toda la tropa se levantó con la misión de encontrar al hámster perdido. Y calmar al otro que no daba pie con bola con su histeria. ¿Machista, yo? Parece que decía el masculino. A las 04.00hs clavadas. El más chico de los varones gritó: la encontré. Y sostenía en su mano, el zapato izquierdo del tío, que se sacudía como espástico. El zapato y el tío. Porque acompañaba con el cuerpo lo que seguía con su mirada. Ya que, dormido como estaba no entendía nada de nada y mucho menos, que le podía acontecer a su zapato para moverse de esa manera. El mismo calzado, inmóvil, recientemente comprado para la última ocasión festiva que tuvo. Cuando su sobrino sacó de la cola a la hámster, que había elegido el zapato izquierdo de su tío, como un alojamiento cinco estrellas y más acorde a su personalidad, todo pareció aclararse. Suspiró aliviado y agarró el zapato para sopesar los daños. Por suerte la hámster no tuvo tiempo de usarlo como baño ni como restaurante. Con lo cual se veía, a simple vista, indemne de daños materiales y colaterales. Así que suspiró más aliviado todavía y reflexionó: yo no quiero una mascota y ud y dando un soberano portazo se fue a tratar de dormir. No conviene contar que para cuando procedió a hacerlo, era la hora en la que debía levantarse para ir a trabajar. Mientras los hámster se enroscaban para ir a dormir, llovieron sobre ellos los epítetos más i reproducibles habidos y por haber. Y la amenaza a su mujer: o ellos, por los hámster, o yo, uds sobrinos y mujer: eligen.

Mónica Beatriz Gervasoni
Morochaurbana_67@hotmail.com
En colaboración con los vecinos de hámsters ruidosos.